PATAKIS DE OBATALA
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PATAKIS
DE OBATALA
PATAKI: - (PRIMERO)
DE OBATALA Y LOS TRES PRETENDIENTES
Obatalá tenía una
hija muy bella, dulce y sencilla, que era la felicidad del padre. Esta hija
tenía tres enamorados: Ikú, Aro y Ofo. Como es de suponer, Obatalá estaba ante
un espinoso dilema, pues si daba la mano de su hija a uno de ellos, los otros
dos se vengarían. Por ello, su elección, cualquiera que fuese, ponía en peligro
la vida de su hija, tan querida para él.
Obatalá se convirtió
en paloma y se posó en un árbol frondoso de flores multicolores que
representaban todas las virtudes de que gozaba su reinado, y se sintió muy
desgraciado. Así pensando, quedó sumido en un profundo sueño. Cuando despertó,
le vino a la mente todo lo soñado y se apresuró a emitir un bando para todo su
reino, el cual decía: "Quien me traiga un abani, se casará con mi
hija".
En esos tiempos, los
abani eran muy escasos y difíciles de cazar. En el mismo bosque intrincado que
rodeaba al palacio, vivía un sitiero quien adoraba en silencio a la hija de
Obatalá y había decidido llevarle el abani solicitado, pero consultó antes su decisión
con Orula. La consulta resultó en este Ifá, que le mandaba a hacer ebbó con
babosas, cascarilla, merengue, achó fun fun y un palo de su tamaño, y le
recomendó que después fuera al monte a cantar.
Así lo hizo el
sitiero y su canto era tan dulce y melodioso que sus ecos parecían suaves voces
venidas de otro mundo. Ikú, quien venía por el sendero, se paró a oír, pues
también había leído el bando y traía en un saco el tan ansiado abani.
Extasiado, dejó caer el saco y quedó como petrificado. El sitiero aprovechó su
trance, recogió el saco, y se lo llevó de inmediato a Obatalá, quien le
concedió a su hija en matrimonio. Esto le sucedió al buen hombre por los
consejos siempre sabios de Orula. Y por mandato de Obatalá, Orula, EShu y Ogún,
quedaron atrapados Ikú, Aro y Ofo sin poder hacer daño. Maferefun Obatalá,
Maferefun los orishas.
PATAKI: - (SEGUNDO)
En el principio de
las cosas, cuando Oloddumare bajó al mundo, se hizo acompañar de su hijo
Obatalá. Debajo del cielo sólo había agua. Entonces Oloddumare le entregó a
Obatalá un puñado de tierra metido en el carapacho de una babosa y una gallina.
Obatalá echó la tierra formando un montículo en medio del mar. La gallina se
puso a escarbar la tierra esparciéndola y formando el mundo que conocemos.
Olofi también encargó a Obatalá que formara el cuerpo del hombre. Así lo hizo y
culminó su faena afincándole la cabeza sobre los hombros. Es por eso que
Obatalá es el dueño de las cabezas.
PATAKI: -
(TERCERO)
En cierta ocasión
los hombres estaban preparando grandes fiestas en honor de los orishas, pero
por un descuido inexplicable se olvidaron de Yemayá. Furiosa, conjuró al mar
que empezó a tragarse la tierra. Daba miedo verla cabalgar, lívida, sobre la
más alta de las olas, con su abanico de plata en la mano. Los hombres,
espantados, no sabían qué hacer y le imploraron a Obatalá. Cuando la rugiente
inmensidad de Yemayá se precipitaba sobre lo que quedaba del mundo, Obatalá se
interpuso, levantó su opaoyé y le ordenó a Yemayá que se detuviera. Por
respeto, la dueña del mar atajó las aguas y prometió desistir de su cólera. Y
es que ¿si Obatalá hizo a los hombres, cómo va a permitir que nadie acabe con
ellos?
PATAKI: - (CUARTO)
Gobernando Obatalá
la tierra, Ikú, Anó, Eyó, Efó, Efé y eyé (la muerte, la enfermedad, la
tragedia, la vergüenza y la sangre) sintieron mucha hambre porque había
felicidad en la tierra. Para subsistir decidieron atraer a los súbditos de
Obatalá, por lo que el orisha aconsejó a su gente para que no salieran a la
calle ni se asomaran a la puerta. Ikú y sus compañeros decidieron salir a las
doce del día produciendo ruidos con palos y latas. La gente, curiosa, se asomó
a las puertas y ventanas e Ikú pudo cortar varias cabezas. A las doce de la
noche se escuchó otro gran ruido y la gente, curiosa, volvió a salir e Ikú
volvió a cortar muchas cabezas. Desde entonces, a esa hora Ikú, Anó, Eyó, Efó y
Eyé, andan por las calles en busca de víctimas.
PATAKI: - (QUINTO)
Olofi vivía en una
loma muy alta y Obatalá Osanquirían era el único que conocía el camino para
llegar a él. En el mundo había una sequía muy grande y los santos clamaban y
piden a Obatalá que lo vea para resolver el asunto. Cuando Obatalá llega
encuentra a Olofi desfallecido, quien le dice que está agotado, que no puede
más. El orisha baja y le cuenta a los demás santos, que reclaman que Olofi
reparta el poder. Obatalá volvió a subir y traslada a Olofi el reclamo, quien
convoca a todos los santos al pié de una ceiba, buscó comida y la hizo toda en
una sola cazuela con orí, que sirve para calmar las disputas. Luego que los
santos todos comieron y discutieron, vieron a Olofi descender al atardecer.
Olofi les dijo: "No puedo más, estoy cansado" y los orishas le
respondieron: "Padre, si tu no puedes seguir llevando todo el trabajo del
mundo, dinos algo para seguir adelante, porque nosotros tampoco podemos".
Y entonces Olofín alargó la mano, cogió un rayo y se lo dio a Shangó; tomo el río
y se lo entregó a Oshún, y así le dio a cada santo un aché. A Obatalá lo dejó
para lo último y le dijo: "Tu eres el dueño de todas las cabezas".
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